Entrevista realizada a Carmen Espegel, ponente del curso “Razón de ser del patrimonio en el siglo XXI”

Carmen Espegel, catedrática de Proyectos Arquitectónicos en la ETSAM, es una voz destacada en el estudio del patrimonio y su relación con la vivienda. Dirige el Grupo de Investigación “Vivienda Colectiva” y dirige la firma Espegel Arquitectos, cuyas obras han recibido múltiples reconocimientos.
En su participación en la primera edición del Campus Internacional Ciudad de La Laguna, ofreció una conferencia basada en la reinvención del patrimonio construido, para reconocer el pasado, donde ahondó en la necesidad de establecer genealogías entre los proyectos de arquitectura, la historia y la contemporaneidad. Asimismo, participó en el Seminario ‘Razón de ser del patrimonio en el siglo XXI’, junto a otros especialistas internacionales de referencia, como Francesco Bandarin, Michael Jakob, Alejandro de Ávila Blomberg, Francisco Aznar, Juan Manuel Palerm y José Luis Rivero, en el que abordó el patrimonio como motor cultural, económico y social, desde la perspectiva de la conservación, protección e innovación
Tomando como referencia el eje temático del Campus en el que participó, ¿cuál es para usted la principal idea que engloba los retos del patrimonio en el siglo XXI?
Que, de alguna manera, el patrimonio liga todo: pasado, presente y futuro. Es muy importante entenderlo, porque mantener lo que ya existe cuesta mucho menos que crear de nuevo. Tradicionalmente hemos utilizado el patrimonio de muchas maneras: no solo conservando edificios con valor histórico, sino también aprovechándolos como materiales. No se debe olvidar que, por ejemplo, el Coliseo fue capaz de aportar recursos que permitieron construir gran parte de la Roma barroca.
Hoy es clave entender el patrimonio como un concepto más amplio y expandirlo a todo lo existente, a todos los edificios que se pueden retomar y reutilizar. Su papel en el siglo XXI es fundamental: contribuye a la configuración cultural, económica y social de nuestras ciudades, aportando identidad y memoria.
A lo largo de su carrera internacional, ¿ha encontrado diferencias significativas en la forma en que distintos países entienden y abordan el patrimonio construido?
Sí, las visiones sobre el patrimonio son muy distintas según las culturas. En América del Norte, por ejemplo, el patrimonio es “menor” en el sentido de que son países más jóvenes y cuentan con menos legado histórico acumulado. Otro caso es la concepción oriental, pienso en Japón, por ejemplo, donde un edificio patrimonial puede desmontarse o derribarse cada ciertos años para volver a construirse siguiendo las mismas técnicas, materiales y procedimientos. Existen formas muy diferentes a lo largo del mundo de entender qué significa conservar el patrimonio.
En su conferencia, Reinventar el patrimonio construido, abordó el concepto de tradición. ¿Qué implica para usted trabajar desde la tradición a la hora de diseñar proyectos de arquitectura contemporánea?
Es necesario recorrer el pasado y nuestra memoria, pero hacerlo de manera activa. Participar en esa tradición significa implicarnos, quedándonos con lo sustancial del proyecto y no solo con lo epitelial, que es lo que nos ha ocurrido muchas veces con el patrimonio: hemos querido conservar las estructuras externas, pero hemos prestado poca atención a lo interior, a las arquitecturas internas. En realidad, mi propuesta es aliarnos con el patrimonio para seguir construyendo esa historia.
Se trata de identificar qué genealogías existen en términos de proyectos entre el pasado, el presente y el futuro. Comprender que formamos parte de una misma línea de acción, aunque vivamos en tiempos distintos, y que, desde la arquitectura contemporánea, también podemos reescribir ese patrimonio histórico. Podemos reinterpretarlo, ponerlo en valor y reutilizarlo.
Por ejemplo, para mí, no hay nada peor para el patrimonio que un edificio sin uso. Entiendo que el uso es uno de los temas más complejos: hasta qué punto determinadas estructuras antiguas pueden sostener ciertas funciones actuales. Pero creo que es clave comprender que el patrimonio es la base desde la que podemos seguir construyendo nuestra historia.
Y a raíz de este tema, cuando habla de establecer genealogías entre proyectos, ¿qué criterios utiliza para conectar pasado y presente en sus diseños?
Depende de qué temas estemos hablando. Creo que lo fundamental es conocer muy bien la materia con la que trabajamos. Y eso solo se logra mediante un conocimiento histórico detallado de los procesos de transformación, porque muchas veces, cuando trabajamos con patrimonio, no sabemos con qué capa quedarnos. Por eso soy una ferviente defensora de utilizarlas todas; aunque entiendo que, en determinados momentos, haya que dar más importancia a una capa que a otra, a un tiempo que a otro.
Lo vemos constantemente en nuestras ciudades: a veces desmontamos ciertos edificios para llegar a lo que interpretamos como el origen, que quizá es más romano y menos medieval. Pero, para mí, la clave es conocer muy bien lo que tenemos entre manos, sin que ese conocimiento nos paralice. Debemos entender la preexistencia como algo que hay que reutilizar e interpretar, de modo que los usuarios actuales puedan comprenderla y visualizarla.
Asimismo, en su trayectoria, la vivienda colectiva aparece como un tema central. ¿Qué aporta este ámbito a su visión sobre la ciudad y la arquitectura contemporánea?
No podemos hablar de vivienda sin hablar de ciudad. Vivienda y ciudad son la misma cosa, aunque pueda parecer lo contrario. En primer lugar, porque es la gran masa residencial la que realmente construye la ciudad. Los monumentos o los edificios icónicos son pequeñas guindas, elementos aislados; pero lo que da forma a la ciudad es la vivienda. Por eso es fundamental -clave, incluso radical- entender que vivienda y ciudad están íntimamente ligadas.
Además, hoy la vivienda ha perdido muchas de las funciones que tenía antes. En el pasado, en casa se hacía jabón, se enseñaba a los niños, se hacía ropa… existía una gran cantidad de actividades que ahora han salido al espacio urbano. En la actualidad, la ciudad nos proporciona esos servicios, ya no los necesitamos dentro de la vivienda. Por lo tanto, la simbiosis entre casa y ciudad es clarísima.
Hoy podemos ir al gimnasio, comprar comida preparada o pedir a domicilio. Incluso podemos imaginar viviendas sin cocina, ya que las necesidades han cambiado y mucha gente joven prácticamente no cocina. Lo mismo ocurre con los baños: teniendo gimnasios con grandes áreas de aseo y duchas comunitarias, esto podría provocar que las viviendas también se transformen en el futuro.
Creo que entender la ciudad y la vivienda como un único sistema es esencial para lo que viene.
Después de participar en la primera edición del Campus Internacional Ciudad de La Laguna, cómo valora, en general, su experiencia.
Fue interesantísimo porque hubo puntos de vista muy diversos, y creo que eso es lo mejor de estas reuniones científicas: la diversidad de miradas te obliga a revisar tus propias convicciones y a darte cuenta de que existen muchas formas de participar en lo patrimonial. Mis compañeros fueron excelentes y, sinceramente, me pareció un momento muy bonito de debate, de confrontación intelectual intensa, enriquecedora y realmente importante.
Y creo que la ciudadanía también lo agradeció, ya que varias personas se acercaron a felicitarnos. Les pareció muy valioso que se generara ese debate en una ciudad como es San Cristóbal de La Laguna, que tiene una carga patrimonial tan intensa.
En relación a su participación en el Campus… ¿Cuáles son las principales conclusiones que extrae de su participación en el seminario ‘Razón de ser del patrimonio en el siglo XXI’?
Lo primero es que existen muchas maneras de mirar, y el punto de vista crítico lo tiene que desarrollar cada persona después de enfrentarse a esas distintas formas de entender el patrimonio. Lo segundo es que el patrimonio es un valor, en alza y necesario. Porque, como suelo decir, es como entrar en un camino ya construido y añadir nuestro propio tiempo a ese recorrido. Creo que se trata, en el fondo, de entender la humanidad como un largo camino en continuidad.
Para mí, eso fue lo más intenso: comprender que el patrimonio puede analizarse desde perspectivas muy diversas, incluso desde enfoques muy novedosos.
La Fundación CICOP, desde Canarias, impulsa proyectos de conservación y valorización del patrimonio en distintos países. ¿De qué manera cree que las iniciativas locales pueden influir y transformar la visión global sobre la conservación del patrimonio?
Me interesa especialmente que esa barrera entre lo global y lo local tienda a desaparecer. Creo que se pueden elaborar teorías generales desde territorios muy particulares. Lo local es maravilloso cuando es capaz de trascender y proyectarse hacia otros territorios, incluso internacionales, como hemos visto. En el siglo XX se formularon grandes teorías a base de generalizar, perdiendo muchas particularidades. Y me parece muy sugerente plantear el camino inverso: partir de lo particular para llegar a lo general, en lugar de ir de lo general a lo particular, como ocurrió entonces.
El siglo XX fue el de grandes generalidades en el patrimonio, en cambio, ahora el enfoque se centra más en las particularidades, lo propio, incluso las anomalías. Y pienso que, a través de ellas, podemos entender mejor nuestra propia existencia.
Mirando hacia el futuro, ¿qué desafíos urgentes identifica en la preservación y activación del patrimonio, tanto material como inmaterial?
Hay desafíos muy grandes. Creo que el turismo es, y lleva tiempo siendo, uno de los grandes retos en la conservación del patrimonio, ya que puede ser un gran depredador. Hay que tener muchísimo cuidado, porque podemos dinamitar ese valor patrimonial con un mal uso o con una mala planificación.
Sin duda, hay que plantearse seriamente qué hacer con él. Existen muchas alternativas y soluciones diversas, como la Neocueva de Altamira. No necesitamos entrar todos a ver todos los originales; de hecho, muchas veces ni siquiera los entendemos. Unas personas llegan a comprender más, otras menos, pero en general no captamos toda la complejidad de lo que se nos muestra. Y, además, podemos destruirlo: con nuestros pasos, con nuestro sudor, con nuestro calor corporal. Por eso este es un tema crucial.
Otro reto importante es la destrucción causada por la guerra. Lo hemos visto: el patrimonio se convierte también en un arma más dentro del conflicto.