Entrevista

Entender la mente implica integrar la experiencia corporal y cerebral

Entrevista realizada a Alberto Domínguez Martínez por Nira Llarena, redactora de prensa y creativa.

Como bien dice Alberto Domínguez Martínez en esta entrevista, “la neurociencia está de moda”. No le falta razón, y este aumento del interés por nuestro cerebro se debe, sin duda, a personas como él, que son capaces de divulgar cuestiones profundamente complejas de forma cercana y entretenida. Una conversación que amenazaba con ser muy técnica y que, sin embargo, tuvo el sabor de una sobremesa. Catedrático de Psicología Básica y director del Instituto Universitario de Neurociencia de la Universidad de La Laguna (IUNE), Alberto lleva años estudiando cómo funciona nuestra mente, cómo procesamos el lenguaje y qué pasa en nuestro cerebro cuando hablamos, recordamos o incluso cuando enfermamos.
La conversación que sigue es un recorrido a través de temas de gran actualidad —desde inteligencia artificial aplicada, hasta los llamados neuroderechos— y una muestra del valor que tienen los proyectos de ciencia que se hacen desde aquí.

 

 

Es usted catedrático de Psicología y se ha especializado en neurociencia cognitiva del lenguaje. Deduzco que en el Instituto Universitario de Neurociencia (IUNE) se reúnen investigadores de ramas muy diversas, ¿es así?

Sí, sin duda. En el instituto contamos con alrededor de cincuenta investigadores que somos miembros de pleno derecho. Cada uno tiene su línea de investigación y, también, son profesores de la Universidad de La Laguna. Paralelamente hay otros tantos, en igual o superior número, que son miembros asociados. Y sus campos profesionales son muy diversos: hay personal del Hospital Universitario de Canarias y del Hospital de la Candelaria, neurólogos de centros privados o investigadores de numerosos campos académicos. Nos reunimos una variedad de investigadores muy grande porque, aunque es un instituto de neurociencia en general, tiene un cierto sesgo hacia la neurociencia cognitiva. Por ejemplo, hay muchos psicólogos dentro del instituto, pero también tenemos fisiólogos, biólogos o profesores de la Facultad de Medicina que trabajan en los niveles más experimentales del nivel neuronal.

Esta interdisciplinariedad me imagino que resultará en proyectos muy interesantes y valiosos, ¿puede contarnos alguno?

Sí, la colaboración es una de nuestras grandes fortalezas. Hay muchos proyectos en marcha. Una parte importante del trabajo se centra en el estudio de la actividad cerebral y cómo funcionan ciertos circuitos neuronales. Por ejemplo, hay líneas que investigan trastornos como el TOC, y recientemente se ha puesto en marcha un proyecto sobre estimulación magnética cerebral en esquizofrenia, que además cuenta con la participación de psicólogos educativos y está financiado por el Cabildo de Tenerife.
También hay investigaciones sobre el Parkinson, como la que lidera Pedro Barroso, centrada en las neuronas dopaminérgicas. Y otras más enfocadas en la neuropsicología, como el estudio de Naira Delgado, que analiza los procesos de empatía en profesionales sanitarios y cómo les afecta convivir día a día con el sufrimiento de los pacientes.
En el ámbito de la neuroimagen, contamos con Niels Janssen, un experto en resonancia magnética que trabaja en identificar con gran precisión las distintas regiones del hipocampo. Y en el área de la ingeniería, Ernesto Pereda está desarrollando investigaciones con electroencefalogramas, explorando algoritmos para localizar funciones cerebrales a partir de esos registros.
En fin, son líneas muy diversas que reflejan tanto los intereses de quienes investigan como las posibilidades de financiación que vamos consiguiendo.

 

El instituto reúne a psicólogos, fisiólogos,
biólogos y médicos que investigan juntos
el cerebro desde diferentes perspectivas,
lo que genera proyectos innovadores
en neurociencia cognitiva.

 

Me consta que han trabajado con inteligencia artificial para diagnosticar trastornos mentales. ¿Cómo puede la IA cambiar la forma en que entendemos y tratamos la mente humana?

La inteligencia artificial y el machine learning llevan tiempo usándose en investigación, pero ahora su uso se está intensificando porque permiten analizar mucha más información de forma simultánea. Antes, en los experimentos se estudiaban variables aisladas para ver cómo afectaban a la actividad cerebral, pero ahora, con la capacidad de cómputo de los ordenadores y los algoritmos pueden procesar múltiples datos a la vez, lo que abre muchísimas posibilidades.
Por ejemplo, en un proyecto nuestro estamos analizando características de la voz y el habla para clasificar enfermedades neurodegenerativas como Alzheimer, Parkinson o esclerosis múltiple, solo a partir de una grabación. La idea es que, en el futuro, se podría hacer un cribado masivo, incluso por teléfono, para detectar indicios tempranos de estas enfermedades con solo escuchar cómo habla una persona.
Hay datos que ya nos indican que esto se podría conseguir. Por ejemplo, un marcador interesante que usamos para Alzheimer es la “granularidad semántica”, que mide si los términos que usa el paciente para nombrar objetos son precisos o demasiado generales. Por ejemplo, en lugar de decir “perro”, alguien con Alzheimer podría decir “animal” o “bicho”. Este tipo de patrones se detectan automáticamente con machine learning analizando relatos de los pacientes.
En definitiva, estas tecnologías tienen un gran potencial para mejorar el diagnóstico temprano no solo en enfermedades neurodegenerativas, sino también en trastornos mentales y otras áreas.

¿Cómo valora el papel del IUNE dentro de las posibilidades de investigación en Canarias? Es decir, ¿el crecimiento del Instituto ha facilitado que haya más jóvenes de Canarias formándose en neurociencia?

La neurociencia es un tema muy de moda, pero nuestro mérito no es crear ese interés, sino ofrecer una plataforma para que los estudiantes canarios y de otras partes puedan desarrollarse realmente en este campo. Aquí les damos formación, opciones de doctorado y la oportunidad de hacer su tesis con los equipos de investigación del instituto. Tenemos muchos estudiantes predoctorales y hacemos divulgación constantemente; por ejemplo, institutos educativos nos visitan en jornadas de puertas abiertas, y siempre hay estudiantes que se sienten atraídos por la neurociencia. Y no me extraña, es un área muy llamativa para quienes estudian psicología, biomedicina o biología, y representa una salida profesional muy atractiva.
Nuestro objetivo, como en cualquier instituto de investigación, es atraer y retener talento. Aunque algunos investigadores se van a trabajar fuera, también hemos logrado atraer estudiantes internacionales, como varios doctorandos chinos que han hecho aquí sus tesis y ahora son profesores en universidades importantes de su país, como la Universidad de Shanghai o Dalian. También hemos tenido estudiantes de Chile, Argentina y muchos postdoctorales trabajando con nosotros; ahora mismo tenemos, por ejemplo, un investigador que ha pasado por centros de prestigio como Cambridge o el BCBL en España.
La hoja de ruta para un estudiante canario que quiera dedicarse a la neurociencia es formarse con nosotros, haciendo un máster y luego un doctorado. Y después conseguir contratos predoctorales que pueden obtener financiación del Gobierno de Canarias. Por ejemplo, una de nuestras doctorandas está haciendo una estancia en la Universidad de Bolonia y luego deberá hacer un postdoctorado fuera, pero nuestra intención es que, cuando sea una investigadora consolidada, pueda incorporarse de nuevo al instituto. Por supuesto, todo esto depende de que tengamos los fondos necesarios, eso es algo que no nos cansaremos de pedir.

 

El cerebro funciona como una red interconectada,
no como compartimentos aislados.


No puedo evitar preguntarle qué es lo que ahora se sabe del cerebro humano que hace unos años era casi un dogma y, con las últimas investigaciones, ha cambiado de perspectiva.

En neurociencia hay muchos mitos, como el típico del uso del “10% del cerebro”, pero uno que me parece especialmente relevante y que ha cambiado con el tiempo es la idea de que cada función cerebral está localizada en una zona específica y aislada. Por ejemplo, sabemos que áreas como Broca o Wernicke son clave para el lenguaje, pero hoy entendemos que hablar o entender una palabra activa una gran red de regiones en el cerebro, no solo esas zonas concretas.
Cuando dices “pelota roja”, se activan áreas visuales para el color y la forma, pero también zonas motoras relacionadas con el movimiento. Todo el cerebro funciona como circuitos interconectados, no compartimentos aislados. Esto se refleja incluso en situaciones cotidianas, como un entrenador de fútbol que mueve la pierna mientras ve a sus jugadores, activando de forma refleja esas áreas motoras. Un neurólogo de principios de siglo decía que “las células que se activan juntas, permanecen juntas”, lo que significa que las conexiones entre neuronas se refuerzan cuando trabajan simultáneamente, integrando diferentes aspectos de una misma experiencia para que la percibamos como una sola cosa, como “pelota roja”. Este enfoque está muy relacionado con la teoría del embodiment, o encuerpamiento, que sostiene que para comprender algo necesitas representar también cómo tu cuerpo interactúa con eso. Es decir, entender no es solo una cuestión cerebral aislada, sino que implica la integración con la experiencia corporal.
Por eso, la idea de la “neurona de la abuela” —una neurona única que almacena la imagen de alguien— es un mito: la representación cerebral es distribuida y abarca muchas experiencias y recuerdos. Proyectos como el Brain Project en Estados Unidos o iniciativas europeas han avanzado mucho en cartografiar el cerebro a nivel microcelular, al estilo del proyecto genoma humano, identificando todos los tipos de neuronas. Pero lo crucial no es solo conocer la biología o la bioquímica de las neuronas, sino entender su relación con las funciones cognitivas, las emociones y la experiencia humana.

Hay un concepto que he conocido preparando esta entrevista: “neuroderechos”. ¿Podrías hablarnos un poco de este tema?

Bueno, es que es un concepto relativamente nuevo. En este campus internacional contaremos con Jesús Mercader, profesor de Derecho en la Universidad Carlos III, que es un verdadero especialista en el tema. Si te soy sincero, creo que todavía nadie tiene del todo claro qué implican, entre otras cosas porque el alcance actual de la neurociencia es aún limitado. Legislar sobre algo que aún no comprendemos del todo, ni sabemos hasta dónde llegará en 10 o 20 años, es muy complejo. Aun así, se están dando pasos. El único país que ha legislado al respecto es Chile, que en este ámbito nos lleva la delantera. Es importante que los demás países empiecen también a prepararse, porque si en un futuro se llega a intervenir o modular la actividad cerebral, o incluso a leer pensamientos, el impacto ético y legal será enorme. Sería algo que podría poner en jaque principios fundamentales de la civilización.
Por suerte, hay esfuerzos en marcha. A raíz de la pandemia, el Parlamento español creó la Oficina C —una oficina de asesoramiento científico— que ha producido varios informes, dos de ellos sobre neurociencia: uno centrado en aspectos prácticos y éticos, y otro sobre enfermedades neurodegenerativas y envejecimiento. Son documentos muy valiosos, elaborados por expertos como Rafael Yuste, que además dará la conferencia de clausura de estas jornadas. Efectivamente, aunque el tema de los neuroderechos está aún en construcción, es un tema clave a futuro.

 

Chile es el único
país que ha legislado sobre
neuroderechos, un concepto aún
en construcción que podría cambiar
el futuro de la privacidad mental y
la protección cerebral.

 

Luego está el tema de las tecnologías, por ejemplo, máquinas para la estimulación neuronal. ¿Hasta qué punto esto puede convertirse en un riesgo?

Sí, el campo está creciendo muchísimo, pero el gran reto es que las tecnologías cambian constantemente. Son esas tecnologías las que nos permiten acceder a datos cerebrales. En nuestro laboratorio, por ejemplo, realizamos registros de electroencefalografía todos los días en estudiantes y pacientes. Siempre bajo consentimiento informado y protocolos de confidencialidad. Pero lo cierto es que cualquiera que tenga el equipo adecuado puede registrar y almacenar datos neuronales, y eso plantea un dilema: ¿qué pasará cuando, en el futuro, podamos interpretar esos datos de formas que hoy ni imaginamos? Imagina que pudiéramos predecir si una persona va a desarrollar una enfermedad neurológica. Eso es información valiosa no solo para la medicina, sino también para aseguradoras o empresas, que podrían denegar un seguro o un empleo con base en esa predicción. Sería muy peligroso. Y ya no hablamos solo de extraer datos del cerebro, sino también de intervenir en él. Con la estimulación cerebral, por ejemplo, introducimos variables directamente en la actividad neuronal.
Además están los dispositivos BCI (Brain Computer Interfaces), que permiten la comunicación directa entre el cerebro y una máquina. Son una oportunidad increíble —imagina una persona con parálisis que puede mover una prótesis robótica con el pensamiento—, pero también abren la puerta a posibles usos perversos.
Yo intento ser optimista. Pese a los riesgos, pienso que como humanidad hemos demostrado capacidad para contener tecnologías peligrosas. Esperemos que con la neurociencia sepamos poner límites y usar estos avances para lo que realmente importa, que es curar enfermedades, mejorar la salud mental y el bienestar. Por eso es urgente establecer marcos regulatorios. Hoy en día se está aplicando estimulación cerebral en clínicas privadas sin una legislación clara. La FDA en EE. UU. solo ha aprobado su uso en casos de depresión resistente al tratamiento, y en Europa aún no hay una regulación firme.

Una manera de cultivar ese optimismo es alimentar el conocimiento compartido, ¿qué se va a encontrar la gente en este Campus en el eje de Neurociencia?

Todas las personas que participan tienen un perfil interesantísimo. Por ejemplo, Rafael Yuste, que dará la conferencia de clausura, es un neurocientífico de primer nivel en la Universidad de Columbia y un gran divulgador. También estará Jesús Mercader, profesor de Derecho en la Universidad Carlos III, que hablará sobre los neuroderechos que comentábamos antes. Se suma también Katya Rubia, experta en TDAH e hiperactividad desde un enfoque cerebral, que viene del King’s College y un investigador del CSIC que nos hablará sobre neurotecnologías.
Y luego hay una mesa redonda que nos interesa especialmente, coordinada por Ernesto Pereda, nuestro ingeniero de referencia en el IUNE. Moderará una conversación con tres neurocientíficas del instituto: Raquel Marín, neurofisióloga; Naira Delgado, experta en psicología social; y María Ángeles Alonso, que investiga los procesos de memoria.
Así que, por la parte que nos toca, el programa nos parece de primer nivel . Además, quiero destacar el valor que tiene que instituciones como el Ayuntamiento de La Laguna y la Fundación CajaCanarias apuesten por una universidad de verano con esta calidad. En muchas otras ciudades las universidades de verano están consolidadas como espacios de divulgación y atracción cultural. Y La Laguna, con su riqueza histórica y patrimonial, merecía tener también una oferta de este tipo, que además puede convertirse en un importante atractivo de turismo científico y divulgativo. Así que lo celebro sinceramente.

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