Entrevista realizada a Carlos Batallas Sordo, ponente del curso “Los desastres de la guerra”

Carlos Batalla Sordo es miembro desde hace más de 25 años de la Cruz Roja Española, donde ha dirigido operaciones humanitarias en zonas de conflicto como Yemen, Palestina o República Democrática del Congo, para promover la protección y la dignidad de las víctimas. Asimismo, actualmente ejerce como docente en la IE University.
En su participación en la primera edición del Campus Internacional Ciudad de La Laguna, ofreció a los asistentes una conferencia desde el lado humano de la acción humanitaria, poniendo en el centro de la importancia a las víctimas, a menudo invisibles, con testimonios reales. Como una de las voces más importantes de nuestro país en el campo de la ayuda humanitaria, nos hizo centrar la mirada centrada en la dignidad de las personas que padecen los estragos de los conflictos bélicos.
A partir del eje temático del Campus en el que participó, ¿cuál es su perspectiva sobre la naturaleza y evolución de los conflictos bélicos en el siglo XXI?
Sin duda, desde la Segunda Guerra Mundial el tema de los conflictos bélicos ha evolucionado de una manera, que podríamos decir, “ bastante complicada”. Antes, se producían guerras en las que se enfrentaba un ejército con otro, y ahora estamos viendo cada vez más que se producen con más violencia dentro de los estados. Por ejemplo, entre grupos armados no estatales y grupos armados estatales, o entre diferentes grupos armados no estatales entre sí. Y en medio de todo esto están los civiles.
Siempre hago mención a que de los 70 millones de personas que murieron en la Segunda Guerra Mundial, cerca de un 75% eran civiles, y esa tendencia no solamente no se está reduciendo, sino que cada vez aumenta más. Es decir, que hoy en día las guerras se “luchan” alrededor de los civiles, que cada vez sufren más.
En su experiencia en terreno, ¿cuáles son las principales consecuencias de la guerra en la vida cotidiana de la población local?
Yo creo que la primera gran consecuencia, que a veces no nos damos cuenta, es la pérdida de dignidad. La cual viene de llevar una vida medianamente normal y que, de repente, todo se ve trastornado por un conflicto.
De pronto no puedes comprar comida para tus hijos, ni medicinas, ni ir al médico. Los hospitales funcionan, pero mal, y si alguien resulta herido, puede morir en tus brazos. Es una pérdida enorme de la capacidad de hacer por nosotros mismos, de mantener el control de nuestra propia vida y de nuestra familia y, por tanto, se pierde la dignidad del ser humano.
Las organizaciones humanitarias damos asistencia, montamos hospitales, distribuimos alimento, pero esa pérdida de dignidad es lo que más golpea
Ruanda, Angola, Guatemala… En su intervención del Campus compartió historias reales de personas que viven en contextos de conflicto. Desde su experiencia, ¿qué lecciones universales podemos extraer sobre la resiliencia y la dignidad humana en estas situaciones?
En general, a pesar de que la gente esté en una situación espantosa, siempre queda la esperanza de que algo mejor vendrá. Esa resiliencia, esa humanidad de luchar no solo por uno, sino por la familia, por el país, por la gente con la que vives, es lo que mantiene el equilibrio.
Porque si se pierde la esperanza, se pierde todo. Y es algo que siempre he encontrado en todos los lugares en los que he trabajado. A pesar de que parezca que vivimos tiempos pesimistas, siempre hay un pequeño rayo de esperanza de poder volver a vivir en paz.
¿De qué manera pueden las sociedades que no viven conflictos armados desarrollar una mayor empatía hacia las poblaciones afectadas por la guerra?
Yo creo que la empatía existe porque somos seres humanos, y uno de los grandes principios de la Cruz Roja es la humanidad. Estamos llamados por el sufrimiento humano y, aunque parezca complicado, por intentar evitarlo al máximo posible o, al menos, reducirlo.
Las sociedades que no están en guerra también tienen bastante empatía, porque es precisamente ese sentimiento de humanidad lo que nos hace reaccionar a lo que leemos en los periódicos. Reaccionamos ante lo que vemos, pero hay que entender que los conflictos no son humanitarios, son políticos. Los estados son quienes realmente pueden acabar con las guerras, la ayuda humanitaria no deja de ser una “tirita” que alivia un poco el dolor.
En este sentido, ¿qué considera que podemos hacer como individuos o comunidades para contribuir a un mundo más justo y solidario frente a los conflictos?
Desde nuestras sociedades considero que tenemos un papel muy importante. Debemos preocuparnos por quienes tenemos cerca -migrantes que llegan de otros países, de quienes viven en nuestras ciudades, personas en dificultad-, porque esos pequeños gestos fortalecen la empatía colectiva.
Y al mismo tiempo debemos exigir a nuestros gobiernos que actúen y tomen medidas para poner fin al sufrimiento. Por ejemplo, como se ha hecho últimamente con todas las manifestaciones en apoyo a Gaza.
En definitiva, creo que debemos ocuparnos bien de quienes tenemos cerca y, al mismo tiempo, exigir a nuestros gobiernos que tomen las medidas necesarias para poner fin al sufrimiento.
Los trabajadores humanitarios se enfrentan a numerosos riesgos en el ejercicio de su labor. Desde la Cruz Roja, organización a la que usted pertenece, ¿cómo se trabaja para protegerlos?
El tema de la seguridad de los trabajadores humanitarios es terrible. Hasta 1995 casi no se registraban ataques o se producían heridos, pero a partir del 2000, especialmente tras el atentado de las Torres Gemelas, la situación se ha complicado mucho. Hoy la seguridad es una prioridad para todas las organizaciones: tenemos mucha formación y protocolos muy claros. Las instituciones dan muchas sesiones para que se sea consciente de los peligros, con instrucciones para no ponernos en peligro.
Una cosa es asumir riesgos para ayudar, y otra muy distinta es que esos riesgos impidan que la ayuda llegue porque los trabajadores humanitarios son atacados o asesinados. Además, no solo estamos en riesgo nosotros, también las personas a las que asistimos, que pueden ser víctimas cuando los recursos se convierten en objetivos. Por ejemplo, en un momento en el que estamos distribuyendo alimentos y el ejército enemigo intenta robarlos, aún a costa de matar a personas. En esos casos debemos ser muy cautelosos, protegiendo no solo a nuestro equipo, sino también a esas otras personas.
Por eso, la gestión de la seguridad es cada vez más profesional y se basa en tres pilares: formación, formación y más formación.
Después de participar en la primera edición del Campus Internacional Ciudad de La Laguna, cómo valora, en general, su experiencia.
El Campus fue una oportunidad fantástica para reunirnos no solo con ponentes de gran nivel, ya que la calidad fue bastante alta, sino también con personas interesadas que participaron como público en las ponencias. Eso nos permitió escuchar preguntas y comentarios que, en nuestro día a día, a veces no consideramos, y que nos hacen reflexionar sobre cómo está la situación actual.
La idea de que las sociedades debemos ser más empáticas con el sufrimiento causado por las guerras, exigiendo a los gobiernos que actúen, surgió precisamente de una de las discusiones durante un coloquio dentro del curso ‘Los desastres de la guerra’. Y hablar de estos temas en un marco como el de San Cristóbal de La Laguna es ideal: sin la presión del trabajo diario, donde puedes conversar y compartir ideas en un ambiente relajado.
En ese sentido, mi participación ha sido profundamente enriquecedora y muy positiva. Espero poder seguir formando parte en el futuro, porque representa un valioso desafío intelectual y una iniciativa académica y formativa de gran calidad.
¿Qué papel cree que juega la investigación y el debate académico en la mejora de la labor humanitaria sobre el terreno?
Juega una labor fundamental, porque cuando estás en el terreno estás trabajando, inmerso en tu mundo, y te falta la distancia necesaria para analizar realmente lo que está sucediendo. No se trata del día a día, sino de entender las grandes tendencias de los conflictos como explicaba antes: los civiles están cada vez más en el centro, surgen más grupos armados, y hay más conflictos internos.
Decir que todos deben cumplir la ley es fácil, lo difícil es entender cómo lograrlo y qué puede motivar a esos grupos a cumplirlo. Ahí es donde entra la academia y la Universidad de La Laguna, promoviendo este tipo de actos donde realmente se puede reflexionar
Podemos compartir nuestra experiencia en el terreno, los contactos directos que hemos tenido y, a través de una metodología y un análisis sereno, obtener guías y orientaciones que nos ayuden a tratar con esos grupos armados, de manera que ellos mismos contribuyan a proteger a las personas que no participan en las hostilidades.
Y para concluir, ¿cuál es su perspectiva sobre la evolución a corto y largo plazo de los conflictos en el siglo XXI?
A corto plazo, creo que la situación va a empeorar. Desde 2022, cuando Rusia invade Ucrania por segunda vez, se produce un cuestionamiento profundo del orden internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Han saltado tantos plomos, tantos relés, que ahora estamos bastante despistados, y cada uno hace no solo lo que quiere, sino lo que puede.
Creo que, en el corto plazo, las cosas se pondrán un poco peor. Sin embargo, soy moderadamente optimista. La humanidad ha conocido lo que es vivir en un mundo donde, aunque siempre haya conflictos (ahora mismo hay más de 60 guerras activas), la guerra no era tan total como durante la última gran guerra mundial. Y creo que no vamos a aceptar volver a ese tipo de conflictos, donde todo puede pasar.
Poco a poco, cuando toquemos fondo, empezaremos a salir de ese pozo y a exigir de nuevo a nuestros políticos y a los estados que se respeten las reglas. Volveremos a un sistema -sea nuevo o no- que quizás no se parezca al de 1945, pero donde los conflictos se regulen y se resuelvan por vías pacíficas. No exclusivamente con la intención de aniquilar al enemigo, que es lo que parece estar ocurriendo ahora.
Así que, aunque el corto plazo no lo veo muy brillante, confío en que habrá una reacción global para que los conflictos vuelvan a resolverse de forma pacífica.